domingo, 20 de julio de 2008

Imprudencia

Íbamos caminando por una vereda angosta de microcentro. Unos metros adelante nuestro había una camioneta blanca estacionada, de esas que son como compactas, como una combi pero sin ventanillas. Cuando pasamos por al lado, la puerta se abre de golpe y mi mamá, que venía hablando, se queda callada. Seguimos caminando en silencio hasta la esquina. Ahí, por fin, me dice: Siempre que paso por al lado de una de esas siento que se va a abrir y va a salir un brazo negro que me agarra y me tira adentro.
Sería un comentario gracioso, una eventualidad, de no ser porque en ese momento yo tenía ocho años y un tumultuoso caudal de imaginación que por cierto me acompaña hasta estos días. Cuando voy por una vereda angosta y me topo con una de esas camionetas blancas empiezo a caminar rápido, la presión se me va a las nubes y una gota de sudor helado me recorre la frente. Cuando llego a la esquina, aliviada, respiro profundo y escupo en el aire un improperio feroz.

_