lunes, 23 de julio de 2007

Es simple: hay gente que pierde el celular y gente que no. A los primeros nada les saldrá bien en la vida porque tienen alma de niño rico consentido. Su peor característica es resolver siempre la pérdida del aparato comprándose otro y listo, se muestran leves y posmodernos pero en el fondo no son más que imbéciles: no pueden lidiar con una responsabilidad tan simple como guardar un teléfono después de usarlo en vez de dejarlo apoyado en la barra de un bar. Merecerían dormir en las escalinatas del Teatro Avenida rodeados por miles de ratas rabiosas y cobijados con un diario meado, a ver si se les van las ganas de gastar trescientos pesos como si nada todos los meses.

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