sábado, 7 de julio de 2007

Sos yegua Marta

Hoy confirmé que definitivamente nadie en el mundo podría llevar una renguera con la dignidad con que yo lo hice estos días. Ni Marlene Dietrich sería más elegante. Tuve que hacer un trámite en San Telmo y más tarde presentarme en un lugar que exige tacos altos, de modo que no había otra opción que surcar adoquines trepada a mis botas preferidas con total donosura ahogando un grito de congoja tras otro. Aproveché cada ocasión que pude para agarrarme de cualquier manija o soporte con mohínes de profundo sacrificio, sobre todo para sentarme y levantarme; sólo dejé pasar la oportunidad de pedir asiento en el colectivo porque por más que me era ABSOLUTAMENTE necesario podía ser entendido como un descarado simulacro, y yo que respiro del quedirán no me podía dar el lujo, así que me limité a precipitarme con nada de diplomacia sobre cualquier lugar que quedara libre. El punto más álgido de mi puesta en escena, el que hizo que me sintiera Joan Crawford haciendo a Baby Jane, fue ese en que de lo arruinada que estaba mi musculatura opté por bajar por la rampa de discapacitados la altura equivalente a cuatro escalones aferrada a la baranda. Decí que de todo este suplicio no estoy sacando otra ventaja que un enorme goce artístico, que en cuanto empiece a aprovecharme de todos ustedes me hago rica y los tengo a mis pies.

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